sábado, 28 de enero de 2017

Papa: fidelidad y abandono en la Vida Consagrada, 28-01-2017

Homilías del Papa y Temas sacerdotales


Papa: fidelidad y abandono en la Vida Consagrada

Aliento del Papa Francisco ante dificultades en la Vida Consagrada: testimoniar a Cristo, irradiar su alegría, evangelizar sociedad, cultura y juventud - REUTERS


28/01/2017 12:23SHARE:

Centralidad y testimonio de Cristo, irradiar su esperanza y alegría y dejarse evangelizar, para evangelizar a la sociedad, a la cultura, a la juventud

 (RV).- Con su cordial bienvenida a los participantes en la plenaria de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, el Papa Francisco expresó su aprecio por el trabajo que realizan al servicio de la vida consagrada en la Iglesia y destacó la importancia del tema – fidelidad y abandono -  que eligieron para reflexionar sobre las dificultades del momento presente:

«El tema que han elegido es importante. Podemos decir que, en este momento, la fidelidad es puesta a prueba; lo demuestran las estadísticas que han examinado. Estamos ante una ‘hemorragia’ que debilita la vida consagrada y la vida de la misma Iglesia. El abandono en la vida consagrada nos preocupa. Es verdad, que algunos dejan por un acto de coherencia, porque reconocen, después de un discernimiento serio, que nunca tuvieron la vocación; pero, otros con el pasar del tiempo faltan a la fidelidad, muchas veces sólo pocos años después de la profesión perpetua ¿Qué ha sucedido?».

Son «numerosos los «factores que condicionan la fidelidad -  en éste que es un cambio de época y no sólo una época de cambio, en el que resulta difícil asumir compromisos serios y definitivos» señaló  el Santo Padre, reflexionando, en particular, sobre tres de ellos: el contexto social y cultural, el mundo juvenil y las situaciones de contra-testimonio en la vida consagrada.

Empezando por el primer factor, «que no ayuda a mantener la fidelidad», es decir, el de la actualidad social y cultural, el Obispo de Roma señaló que impulsa lo provisorio, que puede conducir al vivir a la carta y a ser esclavos de las modas, alimentando el consumismo, que olvida la belleza de la vida sencilla y austera, y que provoca un gran vacío existencial, con un fuerte relativismo, con valores ajenos al Evangelio:

«Vivimos en una sociedad donde las reglas económicas sustituyen las reglas morales, dictan leyes e imponen sus propios sistemas de referencia en detrimento de los valores de la vida; una sociedad donde la dictadura del dinero y del provecho propugna una visión de la existencia que descarta al que no rinde. En esta situación, está claro que uno debe dejarse evangelizar antes, para luego comprometerse en la evangelización».
En el segundo punto dedicado al mundo juvenil, recordando que no faltan jóvenes generosos, solidarios y comprometidos en ámbito religioso y social, el Papa se refirió asimismo a los desafíos que afronta la juventud y alentó a contagiar la alegría del Evangelio:
«Hay jóvenes maravillosos y no son pocos. Pero, también entre los jóvenes hay muchas víctimas de la lógica de la mundanidad, que se puede sintetizar así: búsqueda de éxito a cualquier precio, del dinero fácil y del placer fácil. Esta lógica seduce también a muchos jóvenes. Nuestro compromiso no puede ser otro que el de estar a su lado, para contagiarlos con la alegría del Evangelio y de la pertenencia a Cristo. Hay que evangelizar esa cultura si queremos que los jóvenes no sucumban».

En el tercer factor, «que proviene del interior de la vida consagrada, donde al lado de tanta santidad no faltan situaciones de contra-testimonio», el Santo Padre reiteró la centralidad de Jesús, en la misión profética de los consagrados:

«Si la vida consagrada quiere mantener su misión profética y su fascinación y  seguir siendo escuela de fidelidad para los cercanos y los lejanos (cfr Ef 2,17) debe mantener el frescor y la novedad de la centralidad de Jesús, la atractiva de la espiritualidad y la fuerza de la misión, mostrar la belleza del seguimiento de Cristo e irradiar esperanza y alegría».
En su denso discurso, el Papa puso de relieve asimismo la importancia de la vida fraterna en la comunidad, alimentada en la oración, la Palabra, los Sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación. Sin olvidar, la cercanía a los pobres y la misión en las periferias existenciales, contemplando siempre al Señor y caminando según el Evangelio y alentando la preparación de acompañadores cualificados en la vida consagrada y el discernimiento.
(CdM – RV)

viernes, 20 de enero de 2017

Homilía del papa en Santa Marta Jueves, 19 de enero de 2017

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Homilía del papa Francisco en Santa Marta

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Homilía del Papa Francisco en Santa Marta
Jueves, 19 de enero de 2017

Jesús y la gente. El Evangelio de hoy narra la muchedumbre que seguía a Jesús con entusiasmo y que venía de todas partes. ¿Por qué venía esa gente? El Evangelio cuenta que había enfermos que querían curarse. Pero también había personas a las que les gustaba escuchar a Jesús, porque hablaba no como sus doctores, sino con autoridad, y eso tocaba el corazón. Esa gente venía espontáneamente, no la llevaban en autobuses, como hemos visto tantas veces cuando se organizan manifestaciones y muchos tienen que ir para demostrar su presencia, y no perder luego el puesto de trabajo.

Esa gente iba porque sentía algo, hasta el punto de que Jesús tuvo que pedir una barca y alejarse un poco de la orilla. ¿Esa muchedumbre iba a Jesús? ¡Sí! ¿Tenía necesidad? ¡Sí! Algunos eran curiosos, pero esos eran los ascéticos, la minoría… Iba porque a esa gente la atraía el Padre: era el Padre quien atraía a la gente a Jesús. Y Jesús no se queda indiferente, como un maestro estático que decía sus palabras y luego se lavaba las manos. ¡No! Esa muchedumbre tocaba el corazón de Jesús. El mismo Evangelio nos dice que Jesús se conmovió, porque veía a esa gente como ovejas sin pastor. Y el Padre, a través del Espíritu Santo, atrae a la gente a Jesús. No son los argumentos apologéticos los que mueven a las personas. No, es necesario que sea el Padre quien atraiga a Jesús.

Por otro lado, es curioso que este pasaje del Evangelio de Marcos en el que se habla de Jesús, se habla de la muchedumbre, del entusiasmo y del amor del Señor, acabe con los espíritus impuros que, cuando lo veían, gritaban: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Esa es la verdad; eso es lo que cada uno siente cuando se acerca Jesús. Los espíritus impuros intentan impedirlo, nos hacen la guerra. Pero, Padre, yo soy muy católico; voy siempre a Misa… Nunca jamás tengo esas tentaciones. ¡Gracias a Dios, no! ¡Pues reza, porque estás en una senda equivocada! Una vida cristiana sin tentaciones no es cristiana: es ideológica, es gnóstica, pero no es cristiana. ¡Cuando el Padre atrae a la gente a Jesús, hay otro que tira en sentido contrario y te hace la guerra por dentro! Por eso Pablo habla de la vida cristiana como de una lucha: la lucha de todos los días. Una lucha para vencer, para destruir el imperio de satanás, el imperio del mal. Y para eso vino Jesús, ¡para destruir a satanás!, para destruir su influjo sobre nuestros corazones. El Padre atrae a la gente a Jesús, mientras el espíritu del mal intenta destruir, siempre.

La vida cristiana es una lucha: o te dejas atraer por Jesús por medio del Padre o puedes decir me quedo tranquilo, en paz. ¡Si quieres avanzar tienes que luchar! Sentir el corazón que lucha, para que venza Jesús. Pensemos cómo es nuestro corazón: ¿siento esa lucha en mi corazón? Entre la comodidad o el servicio a los demás, entre divertirme un poco o hacer oración y adorar al Padre, entre una cosa y la otra, ¿siento la lucha, las ganas de hacer el bien, o algo me para, me vuelve ascético? ¿Creo que mi vida conmueve el corazón de Jesús? Si no lo creo, tengo que rezar mucho para creerlo, para que se me sé esa gracia. Cada uno que busque en su corazón cómo va la situación ahí. Pidamos al Señor ser cristianos que sepan discernir qué pasa en su corazón y elegir bien la senda por la que el Padre nos atrae a Jesús.

jueves, 19 de enero de 2017

Catequesis del Papa: “Los ídolos defraudan siempre,11/01/2017

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Catequesis del Papa:



“Los ídolos defraudan siempre, la esperanza
no defrauda jamás”

Audiencia General del segundo miércoles de enero de 2017. - REUTERS

11/01/2017 11:01SHARE:
(RV).- “Si ponemos la esperanza en los ídolos, se termina siendo como ellos: imágenes vacías con manos que no tocan, pies que no caminan, bocas que no pueden hablar. No se tiene nada más que decir, se es incapaz de ayudar, cambiar las cosas, incapaces de sonreír, donarse, incapaces de amar”, con estas palabras el Papa Francisco explicó en la Audiencia General del segundo miércoles de enero, el significado de la esperanza cristiana en contraposición de los ídolos.
Continuando su ciclo de catequesis sobre “la esperanza cristiana”, el Obispo de Roma comentando el Salmo 115, dijo que este Salmo es “un Salmo lleno de sabiduría que nos describe de modo muy sugestivo la falsedad de los ídolos que el mundo ofrece a nuestra esperanza y a la cual los hombres de todo tiempo son tentados a encomendarse”.
La verdadera esperanza cristiana señaló el Papa Francisco “nos hace entrar, por así decir, en el rayo de acción de Dios, de su recuerdo, de su memoria que nos bendice y nos salva. Y entonces puede surgir el aleluya, la alabanza al Dios vivo y verdadero, que por nosotros ha nacido de María, ha muerto en la cruz y ha resucitado en la gloria”.
Texto completo y audio de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasado mes de diciembre y en la primera parte de enero hemos celebrado el tiempo de Adviento y luego el de Navidad: un periodo del año litúrgico que despierta en el pueblo de Dios la esperanza. Esperar es una necesidad primaria del hombre: esperar en el futuro, creer en la vida, el llamado “pensamiento positivo”.
Pero es importante que tal esperanza sea colocada en lo que verdaderamente puede ayudar a vivir y a dar sentido a nuestra existencia. Es por esto que la Sagrada Escritura nos pone en guardia contra las falsas esperanzas: estas falsas esperanzas que el mundo nos presenta, encubriendo su inutilidad y mostrando su insensatez. Y lo hace de varios modos, pero sobre todo denunciando la falsedad de los ídolos en el cual el hombre está tentado de poner su confianza, haciéndolo el objeto de su esperanza.
En particular los profetas y los sabios insisten en esto, tocando un punto central del camino de fe del creyente. Porque la fe es confiar en Dios – quien tiene fe, confía en Dios – pero llega el momento en el cual, enfrentándose a las dificultades de la vida, el hombre experimenta la fragilidad de esta confianza y siente la necesidad de certezas distintas, de seguridades tangibles, concretas. Yo confío en Dios, pero la situación es un poco fea y yo necesito una certeza un poco más concreta. ¡Y ahí está el peligro! Y entonces estamos tentados en buscar consolaciones incluso efímeras, que parecen colmar el vacío de la soledad y mitigar el cansancio de creer. Y pensamos de poderlas encontrar en la seguridad que puede dar – por ejemplo – el dinero, o las alianzas con los potentes, o las seguridades de la mundanidad, o las falsas ideologías. A veces las buscamos en un dios que pueda doblegarse a nuestros pedidos y mágicamente intervenir para cambiar la realidad y hacerla como nosotros queremos; un ídolo, precisamente, que en cuanto tal no puede hacer nada, impotente y mentiroso.
¡Pero a nosotros nos gustan los ídolos, nos gustan mucho! Una vez, en Buenos Aires, debía ir de una iglesia a otra, a mil metros, más o menos. Y lo hice, caminando. Y había un parque por ahí, y en el parque habían pequeñas mesas, muchas, donde estaban sentados los videntes. Y estaba lleno de gente, incluso hacían colas, había mucha gente; y tú le dabas la mano y él comenzaba… Pero, el discurso era siempre el mismo: hay una mujer en tu vida, hay una sombra que viene, pero todo saldrá bien… y luego, pagabas. Y ¿esto te da seguridad? Es la seguridad de una – permítanme la palabra – de una estupidez. Y este es un ídolo: he ido al vidente, a la vidente y me han leído las cartas – yo sé que ninguno de ustedes hace esto – y he salido mejor. Me recuerda a esa película, “Milagro en Milán”, “que cara, que nariz… 100 liras”. Te hacen pagar para que te alaben y ten una falsa esperanza. Este es un ídolo, y nosotros estamos tan atentos: compramos falsas esperanzas. Y aquello que es la esperanza de la gratuidad, aquella que nos ha traído Jesucristo, gratuitamente, ha dado su vida por nosotros, en aquella no confiamos tanto…
Un Salmo lleno de sabiduría nos describe de modo muy sugestivo la falsedad de estos ídolos que el mundo ofrece a nuestra esperanza y a la cual los hombres de todo tiempo son tentados a encomendarse. Es el Salmo 115, que recita así: «Los ídolos, en cambio, son plata y oro, obra de las manos de los hombres. Tienen boca, pero no hablan, tienen ojos, pero no ven; tienen orejas, pero no oyen, tienen nariz, pero no huelen. Tienen manos, pero no palpan, tienen pies, pero no caminan; ni un solo sonido sale de su garganta. Como ellos serán los que los fabrican, los que ponen en ellos su confianza» (vv. 4-8).
El salmista nos presenta, incluso de modo un poco irónico, la realidad absolutamente efímera de estos ídolos. Y debemos entender que no se trata solo de representaciones hechas de metal o de otro material, sino también de aquellas construidas con nuestra mente, cuando confiamos en realidades limitadas que transformamos en absolutas, o cuando reducimos a Dios a nuestros esquemas y a nuestras ideas de divinidad; un dios que se nos asemeja, comprensible, predecible, justamente como los ídolos del cual habla el Salmo. El hombre, imagen de Dios, se fabrica un dios a su propia imagen, y es incluso una imagen mal hecha: no escucha, no actúa, y sobre todo no puede hablar. Pero, nosotros estamos más contentos de ir en los ídolos que ir al Señor. Estamos muchas veces más contentos de las efímeras esperanzas que te da esto que es falso, este ídolo, que la gran esperanza segura que nos da el Señor.
A la esperanza en un Señor de la vida que con su Palabra ha creado el mundo y conduce nuestras existencias, se contrapone la confianza en imágenes mudas. Las ideologías con sus pretensiones de absoluto, las riquezas – y este es un gran ídolo –, el poder y el suceso, la vanidad, con sus ilusiones de eternidad y de omnipotencia, los valores como la belleza física y la salud, cuando se convierten en ídolos a los cuales sacrificar cada cosa, son todas realidades que confunden la mente y el corazón, y en vez de favorecer la vida la conducen a la muerte. Y feo escuchar y hace tanto mal al alma aquello que una vez, hace años, he escuchado, en otra diócesis: una mujer, una buena mujer, muy bella, era muy bonita y se vanagloriaba de su belleza, comentaba, como si fuera natural: “He debido abortar para que mi figura es muy importante”. Estos son los ídolos, y te llevan por el camino equivocado y no te dan la felicidad.
El mensaje del Salmo es muy claro: si se pone la esperanza en los ídolos, se termina siendo como ellos: imágenes vacías con manos que no tocan, pies que no caminan, bocas que no pueden hablar. No se tiene nada más que decir, se es incapaz de ayudar, cambiar las cosas, incapaces de sonreír, donarse, incapaces de amar. Y también nosotros, hombres de Iglesia, corremos este riesgo cuando nos “mundanizamos”. Es necesario permanecer en el mundo pero defenderse de las ilusiones del mundo, que son estos ídolos que yo he mencionado.
Como prosigue el Salmo, se necesita confiar y esperar en Dios, y Dios donará bendición: «Pueblo de Israel, confía en el Señor […] Familia de Aarón, confía en el Señor […] Confíen en el Señor todos los que lo temen […] Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga» (vv. 9.10.11.12). Siempre el Señor se recuerda, también en los momentos difíciles; pero Él se recuerda de nosotros. Y esta es nuestra esperanza. Y la esperanza no defrauda. Jamás. Jamás. Los ídolos defraudan siempre: son fantasías, no son realidades.
Esta es la estupenda realidad de la esperanza: confiando en el Señor nos hacemos como Él, su bendición nos transforma, nos transforma en sus hijos, que comparten su vida. La esperanza en Dios nos hace entrar, por así decir, en el rayo de acción de su recuerdo, de su memoria que nos bendice y nos salva. Y entonces puede surgir el aleluya, la alabanza al Dios vivo y verdadero, que por nosotros ha nacido de María, ha muerto en la cruz y ha resucitado en la gloria. Y en este Dios nosotros tenemos esperanza, y este Dios – que no es un ídolo – no defrauda jamás. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

miércoles, 18 de enero de 2017

Las homilías del Papa en Santa Marta

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

 

Las homilías del Papa en Santa Marta
Escrito por Jorge Salinas

Publicado: 19 Junio 2013

Atender a la intención del Papa en cada momento es la primera condición para acoger su magisterio



      Las homilías del Papa en Santa Marta, todas las mañanas, constituyen un género nuevo dentro de su comunicación con los fieles. Hasta ahora estábamos acostumbrados a que el magisterio ordinario de los Papas más recientes tuvieran un formato bastante normalizado. Todos los actos magisteriales y de gobierno del Papa los podíamos encontrar en ‘Acta Apostolicae Sedis’ (una especie de B.O.E. de la Santa Sede) o en la web oficial www.vatican.va. Juntando todo el magisterio de Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI (para lo cual harían falta años de dedicación y estudio) tenemos a mano, entre otras cosas, una extensa lectura y una aplicación del Concilio Vaticano II con la hermenéutica de la continuidad y de la reforma.

      El Papa Francisco lleva tres meses de pontificado y todavía no ha estrenado ninguno de los formatos mayores de Magisterio (por ejemplo una Encíclica) o una disposición disciplinar importante (una Constitución Apostólica o un Motu propio, por citar posibilidades). En cambio ha desarrollado una intensa actividad pastoral como Obispo de Roma, con una predicación abundante y frecuentes celebraciones litúrgicas con gran participación de pueblo. Pero las misas en Santa Marta con sus homilías breves y encendidas constituyen una auténtica novedad.

      Tenemos que releer con atención la cuidadosa nota del P. Lombardi que nos sitúa ante la naturaleza de esa celebración matinal y diaria: «Se trata ─dice el comunicado─ de una Misa con la presencia de un grupo no pequeño de fieles (en general de más de cincuenta personas), pero a la que el Papa desea conservar un carácter de familiaridad. Por esta razón, a pesar de las peticiones que han llegado, él ha deseado explícitamente que no se transmita en directo audio y vídeo En cuanto a las homilías, no son pronunciadas en base a un texto escrito, sino espontáneamente, en lengua italiana, lengua que el Papa domina muy bien, pero que no es su lengua materna. Por tanto, una publicación “integral” comportaría necesariamente una transcripción y una reescritura del texto en varios puntos, dado que la forma escrita es diferente de la oral, que en esto caso es la forma originaria elegida intencionalmente por el Santo Padre. Resumiendo, se necesitaría una revisión del mismo Santo Padre, pero el resultado sería claramente “otra cosa”, que no es lo que el Papa desea hacer cada mañana.

      Aquí está explicado lo que pretende el Santo Padre cada mañana. Y una de las normas de hermenéutica para entender y recibir adecuadamente el magisterio legítimo y auténtico del Pastor universal de la Iglesia es atender, en primer lugar a su propia intención. Dicho de otro modo, los actos de magisterio se autocalifican en el mismo acto. Ejemplos sencillos pueden ser los siguientes. Cuando Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de María a los Cielos, calificó su intervención con estas palabras: «por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina…»

      Otro ejemplo: Juan Pablo II en la Carta Apostólica Ordinatio sacerdotalis dice al final: «declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia». No se trata en este caso de la definición de un dogma, pero sí es un acto de magisterio irreformable.

      Por contraste, cuando Benedicto XVI publicó Jesús de Nazareth, dejó bien claro en el prólogo: «Sin duda, no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal “del rostro del Señor” (cf. Sal 27, 8). Por eso, cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible» (J. Ratzinger, Jesús de Nazareth, parte I, prólogo).

      Atender, pues, a la intención del Papa en cada momento es la primera condición para acoger su magisterio. Así lo declara la citada nota del P. Lombardi: «Es necesario insistir en el hecho de que, en el conjunto de las actividades del Papa, se conserva atentamente la diferencia entre las diversas situaciones y celebraciones, así como también el diverso nivel de empeño de sus pronunciamientos».

      La vida moderna presenta una diversidad de situaciones que no se daban en otros tiempos. Eran famosas las informales ruedas de prensa que Juan Pablo II mantenía con los periodistas que le acompañaban en el avión en sus numerosos viajes pastorales por todo el mundo. Igualmente tenían especial tono confidencial las reuniones con el clero o los seminaristas de una determinada diócesis. A esta variedad de situaciones ha de añadirse el efecto multiplicador de los medios y las posibilidades casi infinitas de combinar frases sueltas. Un lector poco avisado puede encontrarse ante un puzle de titulares que pretenden reflejar la mente del Papa.

      Demos muchas gracias a Dios por la “sorpresa” de este Papa y por las “sorpresas” que pueda depararnos en un futuro. Pero aún no han llegado los “formatos mayores” en lo doctrinal, lo normativo y, sobre todo, faltan los nombramientos.

      Dios proveerá.

Jorge Salinas

Homilía del Papa Sean cristianos valerosos 17-01-2017

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Francisco \ Misa en Santa Marta
Papa: Sean cristianos valerosos, anclados a la esperanza


El Santo Padre Francisco celebra la Misa matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta.

17/01/2017 10:42SHARE:

(RV).- Sean cristianos valerosos, anclados a la esperanza y capaces de soportar los momentos oscuros. Es la exhortación que hizo el Papa en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Y agregó que los cristianos perezosos, en cambio, están detenidos y para ellos la Iglesia representa un bonito aparcamiento.

La del cristiano es una vida valerosa – dijo Francisco –  al reflexionar a partir de la Carta a los Hebreos de la liturgia del día. El celo del que se habla, la valentía necesaria para ir adelante, debe ser nuestra actitud ante la vida, como hacen quienes se entrenan en el estadio para ganar. Pero esta Carta habla también de la pereza que es lo contrario del coraje. “Vivir en el nevera” – sintetizó el Pontífice –  “para que todo permanezca así:

“Los cristianos perezosos, los cristianos que no tienen ganas de ir adelante, los cristianos que no luchan para hacer que las cosas cambien, las cosas nuevas, las cosas que nos harían bien a todos, so estas cosas cambiaran. Son perezosos, los cristianos aparcados: han encontrado en la Iglesia un lindo estacionamiento. Y cuando digo cristianos, digo laicos, sacerdotes, obispos… Todos. ¡Y hay cristianos estacionados! Para ellos la Iglesia es un estacionamiento que custodia su vida y van adelante con todos los seguros posibles. Estos cristianos detenidos me hacen pensar una cosa que de niños nos decían a nosotros los abuelos: ‘Estén atentos que el agua detenida, esa que no corre, es la primera que se pudre’”.
Anclarse a la esperanza y soportar los momentos difíciles.

Lo que hace valerosos a los cristianos es la esperanza, mientras los “cristianos perezosos” no tienen esperanza, están “jubilados” – dijo el Papa Bergoglio – y es lindo jubilarse después de tantos años de trabajo, pero – añadió – “¡transcurrir toda tu vida jubilado es feo!”. En cambio, la esperanza es el ancla al que aferrarse para luchar también en los momentos difíciles:

“Este es el mensaje de hoy: la esperanza, aquella esperanza que no decepciona, que va más allá. Y dice: una esperanza que ‘es un ancla segura y firme para nuestra vida’. La esperanza es el ancla: la hemos tirado y nosotros estamos aferrados a la cuerda, pero allí, andando allí. Esta es nuestra esperanza. No hay que pensar: ‘Sí, pero, está el cielo, ah qué bello, yo permanezco…’. No. La esperanza es luchar, aferrado a la cuerda, para llegar allá. En la lucha de todos los días la esperanza es una virtud de horizontes, ¡no de clausura! Quizá sea la virtud que menos se comprende, pero es la más fuerte. La esperanza: vivir en la esperanza, vivir de la esperanza, mirando siempre adelante con coraje. ‘Sí, padre – podría decirme alguno de ustedes –, pero hay momentos feos, donde todo parece oscuro, ¿qué cosa debo hacer?’. Aférrate a la cuerda y soporta”.

Los cristianos aparcados sólo se ven a sí mismos, son egoístas
El Obispo de Roma puso de manifiesto que “a ninguno de nosotros se nos regala la vida”, por lo que es necesario, en cambio, tener coraje para ir adelante y soportar. Los cristianos valerosos, tantas veces se equivocan, pero “todos nos equivocamos” – dijo el Papa –; “se equivoca el que va adelante”, mientras “el que está detenido parece que no se equivoca”. Y cuando “no se puede caminar porque todo es oscuridad, todo está cerrado”, es necesario soportar y tener constancia. En conclusión, Francisco invitó a preguntarnos si somos cristianos cerrados o de horizontes amplios y si en los momentos feos somos capaces de soportar con la conciencia de que la esperanza no decepciona:

“Preguntémonos: ¿Cómo soy yo? ¿Cómo es mi vida de fe? ¿Es una vida de horizontes, de esperanza, de coraje, de ir adelante? ¿O una vida tibia que ni siquiera sabe soportar los momentos feos? Y que el Señor nos de la gracia, como hemos pedido en la Oración Colecta, de superar nuestros egoísmos porque los cristianos estacionados, los cristianos detenidos, son egoístas. Se miran sólo a sí mismos, no saben levantar la cabeza para mirarlo a Él. Que el Señor nos de esta gracia”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).

sábado, 14 de enero de 2017

Homilía del Papa: En el corazón se juega el hoy de nuestra vida 2017-01-12

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Homilía del Papa:
En el corazón se juega el hoy de nuestra vida
“En nuestro corazón se juega el hoy. Nuestro corazón, ¿está abierto al Señor?



2017-01-12 Radio Vaticana
(RV).- Nuestra vida es un hoy, que no se repetirá. En su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, el Papa exhortó a no tener un corazón endurecido, sin fe, sino abierto al Señor. Porque como reafirmó Francisco, en nuestro corazón, en efecto, se juega el hoy.
“Hoy, si escuchan su voz, no endurezcan sus corazones”. A partir de este pasaje de la Carta a los Hebreos, contenido en la Primera Lectura, el Santo Padre comenzó su homilía, cuya reflexión giró en torno a dos palabras, a saber: “hoy” y “corazón”.

En efecto el hoy del que habla el Espíritu Santo, en la Carta a los Hebreos, es, precisamente “nuestra vida”. Un hoy “lleno de días” pero “después del cual no habrá un “replay”, un mañana”, sino “un hoy en el que hemos recibido el amor de Dios”, la promesa de Dios de encontrarlo”, explicó el Pontífice.  “Un hoy” en el que podemos renovar “nuestra alianza con la fidelidad de Dios”.

Sin embargo, el Obispo de Roma añadió que hay “solamente un hoy en nuestra vida”, si bien tenemos la tentación de decir: “Sí, lo haré mañana”. Y dijo que la tentación del mañana no existirá, como el mismo Jesús lo explica en la parábola de las diez vírgenes, con cinco que no habían llevado con ellas el aceite para las lámparas, sino que van a comprarlo, pero cuando llegan encuentran la puerta cerrada.  De ahí que el Papa Bergoglio haya aludido a la parábola de aquel que llama a la puerta diciendo al Señor: “He comido contigo, he estado contigo…”.  “No te conozco: llegaste tarde…”:

“Esto lo digo no para asustarlos, sino sencillamente para decir que nuestra vida es un hoy: hoy o jamás. Yo pienso en esto. El mañana será el mañana eterno, sin ocaso, con el Señor, para siempre. Si yo soy fiel a este hoy. Y la pregunta que les hago es la que hace el Espíritu Santo: ¿Cómo vivo yo, este hoy?”.

La segunda palabra que se repite en la Lectura es “corazón”. Con el corazón, en efecto, “encontramos al Señor” y muchas veces Jesús reprocha diciendo: “lentos para entender”. De donde se desprende la invitación a no endurecer el corazón y a preguntarse si acaso no le falta la fe, o si se siente seducido por el pecado:

“En nuestro corazón se juega el hoy. Nuestro corazón, ¿está abierto al Señor? A mí siempre me llama la atención cuando encuentro a una persona anciana – muchas veces sacerdotes o monjitas – que me dicen: ‘Padre, rece por mi perseverancia final’. ‘Pero, ¿hiciste toda tu vida bien, todos los días de tu hoy están al servicio del Señor, y tienes miedo…?’. ‘No, no: a mi vida aún no le ha llegado el ocaso: yo querría vivirla plenamente, rezar para que el hoy llegue pleno, pleno, con el corazón firme en la fe, y no arruinado por el pecado, los vicios, la corrupción…”.

El Sucesor de Pedro concluyó exhortando a interrogarnos acerca del estado de nuestro hoy y de nuestro corazón. Puesto que – como recordó –  los días se repiten “hasta que el Señor diga basta”:

“Pero el hoy no se repite: la vida es ésta. Y corazón: corazón abierto, abierto al Señor, no cerrado, no duro, no endurecido, no sin fe, no perverso, no seducido por los pecados. Y el Señor ha encontrado a tantos de estos que tenían el corazón cerrado: los Doctores de la Ley, toda esta gente que lo perseguía, lo ponía a prueba para condenarlo… y al final lograron hacerlo. Vayamos a casa sólo con estas dos palabras: ¿Cómo es mi hoy? El ocaso puede ser hoy mismo, este día o tantos días después. Pero ¿cómo va mi hoy en presencia del Señor? Y mi corazón, ¿cómo es? ¿Es abierto? ¿Está firme en la fe? ¿Se deja conducir por el amor del Señor? Con estas preguntas pidamos al Señor la gracia de la que cada uno de nosotros tiene necesidad.

(María Fernanda Bernasconi - RV).
(from Vatican Radio)

Homilía del Papa: Para seguir a Jesús 2017-01-13

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

Homilía del Papa:
 Para seguir a Jesús es necesario
caminar y no permanecer detenidos 
con “el alma sentada”


2017-01-13 Radio Vaticana

(RV).- Para seguir a Jesús es necesario caminar y no permanecer detenidos con “el alma sentada”. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. 

Al comentar el Evangelio del día – que narra la vicisitud del paralítico al que hicieron entrar por el techo en la casa en la que se encontraba Jesús, el Pontífice subrayó que la fe, si es auténtica, siempre nos hace correr riesgos, pero nos da la esperanza verdadera.

La gente sigue a Jesús, lo sigue por interés o para recibir una palabra de consuelo. El Papa Bergoglio destacó que incluso si la pureza de intención no es total o perfecta, es importante seguir a Jesús, caminar detrás de Él. Y afirmó que la gente se sentía atraída por su autoridad, por las cosas que decía o por cómo las decía. Sí, porque se hacía entender. Y también porque curaba y tanta gente iba detrás de Él para ser curada.

No a los cristianos detenidos que miran la vida desde el balcón y juzgan a los demás

“Otras veces – dijo también Francisco – la gente quería hacerlo Rey, porque pensaba: ‘¡Este es el político perfecto!’”. Y reafirmó que el problema más grande no eran los que seguían a Jesús, sino aquellos que permanecían “detenidos”:

“¡Los inmóviles! Aquellos que estaban en el borde del camino, miraban. Estaban sentados. Propiamente sentados. Allá estaban sentados algunos escribas: estos no seguían, miraban. Miraban desde el balcón. No iban caminando en su propia vida: ‘¡Balconeaban’ la vida! Precisamente allí: ¡jamás corrían ningún riesgo! Sólo juzgaban. Eran los puros y no se implicaban. También los juicios eran fuertes, ¿no? En su corazón: ‘¡Qué gente ignorante! ¡Qué gente supersticiosa!’. Y cuántas veces también nosotros, cuando vemos la piedad de la gente sencilla nos viene a la cabeza aquel clericalismo que tanto mal hace a la Iglesia”.

El Papa destacó que aquellos constituían un grupo de inmóviles: aquellos que estaban allí, en el balcón, mirando y  juzgando. Y añadió que hay otro tipo de inmóviles en la vida, refiriéndose así al hombre que, desde hacía 38 años, estaba cerca de la piscina: inmóvil, amargado y sin esperanza, y que “digería” su propia amargura. También aquel es otro inmóvil, que no seguía a Jesús y carecía de esperanza.

Para encontrar verdaderamente a Jesús es necesario arriesgarse

En cambio, esta gente que seguía a Jesús – prosiguió explicando Francisco – “se arriesgaba” con tal de encontrarlo, para encontrar lo que quería:

“Estos de hoy, estos hombres se arriesgaron cuando hicieron el agujero en el techo: corrieron el riesgo de que el dueño de la casa les hiciera una causa, los llevara ante el juez y les hiciera pagar. Se arriesgaron, pero querían ir a lo de Jesús. Aquella mujer enferma desde hacía 18 años se arriesgó cuando, a escondidas, sólo quería tocar el borde del manto de Jesús: corrió el riesgo de provocar vergüenza. Corrió el riesgo: quería la salud, quería llegar a Jesús. Pensemos en la Cananea: y las mujeres se arriesgan más que los hombres, ¡eh! Eso es verdad: ¡son mejores! Y esto debemos reconocerlo”.

Evitar tener el alma “sentada”, un alma cerrada que no tiene esperanza

Preguntémonos, dijo el Santo Padre: “¿Yo corro el riesgo o siempre sigo a Jesús según las reglas de la casa de seguros?”. Así, preocupados por no hacer una cosa u otra, no se sigue a Jesús, sino que se permanece sentados, como estos que juzgaban”:

“Seguir a Jesús, porque tenemos necesidad de alguna cosa, o seguir a Jesús arriesgando, significa seguir a Jesús con fe: ésta es la fe. Encomendarse a Jesús, fiarse de Jesús y con esta fe en su persona, estos hombres hicieron un agujero en el techo para hacer bajar la camilla delante de Jesús, para que Él lo curara. ‘¿Me fío de Jesús? ¿Encomiendo mi vida a Jesús? ¿Estoy en camino detrás de Jesús, incluso si hago el ridículo alguna vez?  ¿O estoy sentado mirando lo que hacen los demás, mirando la vida, o estoy sentado con el alma ‘sentada’ – digamos así – con el alma cerrada por la amargura, la falta de esperanza?’. Cada uno de nosotros puede hacerse estas preguntas hoy”.

(María Fernanda Bernasconi - RV).  (from Vatican Radio)

lunes, 2 de enero de 2017

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

El Papa en la Solemnidad de la Madre de Dios: “la mirada maternal de María nos libra de la orfandad”



El Papa Francisco en su homilía en la celebración Eucarística en la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios. – ANS  01/01/2017 10:35SHARE:

(RV).- “Queremos recibir a María en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros pueblos. Queremos encontrarnos con su mirada maternal. Esa mirada que nos libra de la orfandad; esa mirada que nos recuerda que somos hermanos, que somos de la misma carne”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía este uno de enero, en la celebración Eucarística en la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, y también, Jornada Mundial de la Paz.

En la primera Santa Misa de 2017, el Santo Padre recordó la “actitud de María” descrita en el Evangelio de San Lucas. El Pontífice señaló que, “María es la mujer que sabe conservar, es decir proteger, custodiar en su corazón el paso de Dios en la vida de su Pueblo”. En María, dijo el Papa, el Verbo Eterno no sólo se hizo carne sino que aprendió a reconocer la ternura maternal de Dios. Con María, el Niño-Dios aprendió a escuchar los anhelos, las angustias, los gozos y las esperanzas del Pueblo de la promesa.
“Celebrar la maternidad de María como Madre de Dios y madre nuestra, al comenzar un nuevo año – afirmó el Obispo de Roma – significa recordar una certeza que acompañará nuestros días: somos un pueblo con Madre, no somos huérfanos”. Las madres son el antídoto más fuerte ante nuestras tendencias individualistas y egoístas, ante nuestros encierros y apatías. “Una sociedad sin madres – precisó el Pontífice – no sería solamente una sociedad fría sino una sociedad que ha perdido el corazón, que ha perdido el sabor a hogar. Una sociedad sin madres sería una sociedad sin piedad que ha dejado lugar sólo al cálculo y a la especulación”. Porque las madres, incluso en los peores momentos, saben dar testimonio de la ternura, de la entrega incondicional, de la fuerza de la esperanza.
Comenzar el año haciendo memoria de la bondad de Dios en el rostro maternal de María, en el rostro maternal de la Iglesia, en los rostros de nuestras madres, agregó el Papa Francisco, nos protege de la corrosiva enfermedad de «la orfandad espiritual», esa orfandad que vive el alma cuando se siente sin madre y le falta la ternura de Dios. “Esa orfandad – precisó el Pontífice – que vivimos cuando se nos va apagando el sentido de pertenencia a una familia, a un pueblo, a una tierra, a nuestro Dios. Esa orfandad que gana espacio en el corazón narcisista que sólo sabe mirarse a sí mismo y a los propios intereses y que crece cuando nos olvidamos que la vida ha sido un regalo —que se la debemos a otros— y que estamos invitados a compartirla en esta casa común”.

Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios – subrayó el Vicario de Cristo – nos vuelve a dibujar en el rostro la sonrisa de sentirnos pueblo, de sentir que nos pertenecemos; de saber que solamente dentro de una comunidad, de una familia, las personas podemos encontrar el clima, el calor que nos permita aprender a crecer humanamente y no como meros objetos invitados a consumir y ser consumidos. “Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios – exhortó el Papa – nos recuerda que no somos mercancía intercambiable o terminales receptoras de información. Somos hijos, somos familia, somos Pueblo de Dios”.
Antes de concluir su homilía, el Papa Francisco dijo que, “celebrar a la Santa Madre de Dios nos impulsa a generar y cuidar lugares comunes que nos den sentido de pertenencia, de arraigo, de hacernos sentir en casa dentro de nuestras ciudades, en comunidades que nos unan y nos ayudan”. Ya que, celebrar a la Santa Madre de Dios nos recuerda que tenemos Madre; no somos huérfanos, tenemos una Madre y debemos confesar juntos esta verdad.
(Renato Martinez – Radio Vaticano) 

Texto y audio completo de la homilía del Papa Francisco

«Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19). Así Lucas describe la actitud con la que María recibe todo lo que estaban viviendo en esos días. Lejos de querer entender o adueñarse de la situación, María es la mujer que sabe conservar, es decir proteger, custodiar en su corazón el paso de Dios en la vida de su Pueblo. Desde sus entrañas aprendió a escuchar el latir del corazón de su Hijo y eso le enseñó, a lo largo de toda su vida, a descubrir el palpitar de Dios en la historia. Aprendió a ser madre y, en ese aprendizaje, le regaló a Jesús la hermosa experiencia de saberse Hijo. En María, el Verbo Eterno no sólo se hizo carne sino que aprendió a reconocer la ternura maternal de Dios. Con María, el Niño-Dios aprendió a escuchar los anhelos, las angustias, los gozos y las esperanzas del Pueblo de la promesa. Con ella se descubrió a sí mismo Hijo del santo Pueblo fiel de Dios.

En los evangelios María aparece como mujer de pocas palabras, sin grandes discursos ni protagonismos pero con una mirada atenta que sabe custodiar la vida y la misión de su Hijo y, por tanto, de todo lo amado por Él. Ha sabido custodiar los albores de la primera comunidad cristiana, y así aprendió a ser madre de una multitud. Ella se ha acercado en las situaciones más diversas para sembrar esperanza. Acompañó las cruces cargadas en el silencio del corazón de sus hijos. Tantas devociones, tantos santuarios y capillas en los lugares más recónditos, tantas imágenes esparcidas por las casas, nos recuerdan esta gran verdad. María, nos dio el calor materno, ese que nos cobija en medio de la dificultad; el calor materno que permite que nada ni nadie apague en el seno de la Iglesia la revolución de la ternura inaugurada por su Hijo. Donde hay madre, hay ternura. Y María con su maternidad nos muestra que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, nos enseña que no es necesario maltratar a otros para sentirse importantes (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 288). Y desde siempre el santo Pueblo fiel de Dios la ha reconocido y saludado como la Santa Madre de Dios.
Celebrar la maternidad de María como Madre de Dios y madre nuestra, al comenzar un nuevo año, significa recordar una certeza que acompañará nuestros días: somos un pueblo con Madre, no somos huérfanos.
Las madres son el antídoto más fuerte ante nuestras tendencias individualistas y egoístas, ante nuestros encierros y apatías. Una sociedad sin madres no sería solamente una sociedad fría sino una sociedad que ha perdido el corazón, que ha perdido el «sabor a hogar». Una sociedad sin madres sería una sociedad sin piedad que ha dejado lugar sólo al cálculo y a la especulación. Porque las madres, incluso en los peores momentos, saben dar testimonio de la ternura, de la entrega incondicional, de la fuerza de la esperanza. He aprendido mucho de esas madres que teniendo a sus hijos presos, o postrados en la cama de un hospital, o sometidos por la esclavitud de la droga, con frio o calor, lluvia o sequía, no se dan por vencidas y siguen peleando para darles a ellos lo mejor. O esas madres que en los campos de refugiados, o incluso en medio de la guerra, logran abrazar y sostener sin desfallecer el sufrimiento de sus hijos. Madres que dejan literalmente la vida para que ninguno de sus hijos se pierda. Donde está la madre hay unidad, hay pertenencia, pertenencia de hijos.

Comenzar el año haciendo memoria de la bondad de Dios en el rostro maternal de María, en el rostro maternal de la Iglesia, en los rostros de nuestras madres, nos protege de la corrosiva enfermedad de «la orfandad espiritual», esa orfandad que vive el alma cuando se siente sin madre y le falta la ternura de Dios. Esa orfandad que vivimos cuando se nos va apagando el sentido de pertenencia a una familia, a un pueblo, a una tierra, a nuestro Dios. Esa orfandad que gana espacio en el corazón narcisista que sólo sabe mirarse a sí mismo y a los propios intereses y que crece cuando nos olvidamos que la vida ha sido un regalo —que se la debemos a otros— y que estamos invitados a compartirla en esta casa común.

Tal orfandad autorreferencial fue la que llevó a Caín a decir: «¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gen 4,9), como afirmando: él no me pertenece, no lo reconozco. Tal actitud de orfandad espiritual es un cáncer que silenciosamente corroe y degrada el alma. Y así nos vamos degradando ya que, entonces, nadie nos pertenece y no pertenecemos a nadie: degrado la tierra, porque no me pertenece, degrado a los otros, porque no me pertenecen, degrado a Dios porque no le pertenezco, y finalmente termina degradándonos a nosotros mismos porque nos olvidamos quiénes somos, qué «apellido» divino tenemos. La pérdida de los lazos que nos unen, típica de nuestra cultura fragmentada y dividida, hace que crezca ese sentimiento de orfandad y, por tanto, de gran vacío y soledad. La falta de contacto físico (y no virtual) va cauterizando nuestros corazones (cf. Carta enc. Laudato si’, 49) haciéndolos perder la capacidad de la ternura y del asombro, de la piedad y de la compasión. La orfandad espiritual nos hace perder la memoria de lo que significa ser hijos, ser nietos, ser padres, ser abuelos, ser amigos, ser creyentes. Nos hace perder la memoria del valor del juego, del canto, de la risa, del descanso, de la gratuidad.

Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios nos vuelve a dibujar en el rostro la sonrisa de sentirnos pueblo, de sentir que nos pertenecemos; de saber que solamente dentro de una comunidad, de una familia, las personas podemos encontrar «el clima», «el calor» que nos permita aprender a crecer humanamente y no como meros objetos invitados a «consumir y ser consumidos». Celebrar la fiesta de la Santa Madre de Dios nos recuerda que no somos mercancía intercambiable o terminales receptoras de información. Somos hijos, somos familia, somos Pueblo de Dios.

Celebrar a la Santa Madre de Dios nos impulsa a generar y cuidar lugares comunes que nos den sentido de pertenencia, de arraigo, de hacernos sentir en casa dentro de nuestras ciudades, en comunidades que nos unan y nos ayudan (cf. Carta enc. Laudato si’, 151).

Jesucristo en el momento de mayor entrega de su vida, en la cruz, no quiso guardarse nada para sí y entregando su vida nos entregó también a su Madre. Le dijo a María: aquí está tu Hijo, aquí están tus hijos. Y nosotros queremos recibirla en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros pueblos. Queremos encontrarnos con su mirada maternal. Esa mirada que nos libra de la orfandad; esa mirada que nos recuerda que somos hermanos: que yo te pertenezco, que tú me perteneces, que somos de la misma carne. Esa mirada que nos enseña que tenemos que aprender a cuidar la vida de la misma manera y con la misma ternura con la que ella la ha cuidado: sembrando esperanza, sembrando pertenencia, sembrando fraternidad.

Celebrar a la Santa Madre de Dios nos recuerda que tenemos Madre; no somos huérfanos, tenemos una Madre. Confesemos juntos esta verdad. Y los invito a aclamarla tres veces como lo hicieron los fieles de Éfeso: Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios.





Homilías del Papa 2016-12-15 pastores sean comprensivos con la gente

Homilías del Papa y Temas sacerdotales

El Papa en Santa Marta: pastores
 sean comprensivos con la gente

2016-12-15 Radio Vaticana

(RV).- La predicación de Juan el Bautista fue motivo de la reflexión del Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. En el Evangelio del día Jesús pregunta a la multitud qué cosa ha ido a contemplar en el desierto. Allí vivía el Bautista que predicaba y bautizaba. Todos iban a encontrarlo, también los fariseos y los doctores de la ley, pero para juzgarlo. Aquel que fueron a ver es un profeta, “más que un profeta”, “entre los nacidos de mujer nadie es más grande que Juan”, “el último de los profetas”. Aunque el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él: “Era un hombre fiel a aquello que el Señor le había pedido”, observó el Santo Padre. “Un grande por su fidelidad”. Con una grandeza que también se veía en su predicación:

Predicaba con fuerza, no decía cosas bellas a los fariseos, a los doctores de la ley, a los sacerdotes, no les decía: “Queridos, pórtense bien”. No. Simplemente les decía: “Raza de víboras”, simplemente así. No iba con rodeos. Porque se acercaban para controlar y para ver, pero jamás con el corazón abierto: “Raza de víboras”. Arriesgaba la vida, sí, pero él era fiel. Luego a Herodes, en la cara, le decía: “Adúltero, no te es lícito vivir así, ¡adúltero!”. ¡En la cara! Ciertamente si un párroco hoy en la homilía dominical dijese: “entre ustedes hay algunos que son raza de víboras y hay tantos adúlteros”, seguramente el obispo recibiría cartas de desconcierto: “Echen a este párroco que nos insulta”. Insultaba. ¿Por qué? Porque era fiel a su vocación y a la verdad.

Pero el Bautista, agregó el Papa, era comprensivo con la gente: a los publicanos, pecadores públicos porque explotaban al pueblo, les decía: “No pidan más de lo justo”. “Comenzaba con poco. Luego veremos. Y los bautizaba”, continuó Francisco. “Primero este paso. Luego veremos”. A los soldados les pedía no amenazar ni denunciar a nadie y de contentarse con  su paga. Juan bautizaba a todos estos pecadores, “pero con este pequeño paso adelante sabiendo que después Jesús haría el resto”. “Fue un pastor que entendía la situación de la gente y la ayudaba a ir adelante con el Señor”. Pero el Bautista también tenía sus dudas: los grandes se pueden permitir  dudar. De hecho en la cárcel Juan comienza a dudar, incluso si había bautizado a Jesús, “porque era un Salvador no como él lo había imaginado”. 

Los grandes se pueden permitir la duda, y esto es hermoso.  Están seguros de la vocación pero cada vez que el Señor les hace ver una nueva vía en el camino entran en la duda. “Pero esto no es ortodoxo,  esto es herético, este no es el Mesías que estaba esperando”. El diablo hace este trabajo y algún amigo lo ayuda ¿no? Esta es la grandeza de Juan, un grande, el último de aquella escuadra de creyentes que comenzó con Abraham, aquel que predica la conversión, aquel que no utiliza medias tintas para condenar a los soberbios, aquel que al final de la vida se permite dudar. Y este es un buen programa de vida cristiana.

El Obispo de Roma pidió como paso primordial la verdad al decir las cosas y recibir de la gente aquello que alcanza a dar:

Pidamos a Juan la gracia del coraje apostólico de decir siempre las cosas con verdad, del amor pastoral, de recibir a la gente con lo poco que puede dar, de dar el primer paso. Dios hará lo demás. Y también la gracia de dudar. Muchas veces, tal vez al final de la vida, uno se puede preguntar: “¿Todo esto es verdad o todo en lo que he creído es una fantasía?” La tentación contra la fe, contra el Señor. Que el gran Juan, que es el más pequeño en el Reino de los Cielos, por esto es grande, nos ayude en este camino tras las huellas del Señor.

(Raúl Cabrera - RV).